Las modelos fueron desfilando por los grandes salones de la Maison Dior en la Avenida Montaigne como si de domadoras se tratasen. John Galliano se inspiró de nuevo en los espectáculos ecuestres y la doma para crear esta lujosa colección.
Se han podido ver también peinados atrapados en grandes redecillas y sombreros de copa negros, que llenaban de glamour y misterio el desfile.
Más adelante Galliano puso la vista en América y varió sus referencias emulando la “chica Gibson“, el prototipo de mujer estadounidense de principios del siglo XX, con vestidos de cóctel con delicadísimos bordados, encajes y tules en tonos pastel. Como accesorios destacaron los sombreros repletos de chifón a un lado que mostraban los tirabuzones de los peinados y el luminoso maquillaje en tonos jade y violetas.
Posteriormente salieron a la luz las faldas, camisas, bodys y corpiños con pedrería, cuello halter o escotes de vértigo combinando colores como el frambuesa y el chocolate, el verde con el morado o el oliva con el azul petróleo, generando gran admiración en las primeras filas en dónde se podía ver a Kylie Minogue y Dita Von Teese, entre otras.
Pero las maravillas de la costura no habían terminado… Fue entonces cuando aparecieron los modelos largos, auténticas joyas con faldas miriñaque de satén y colas de elaborados pliegues simulando los pétalos de una flor exótica. Fijaros a la pedrería bordada en las faldas a cuál lluvia de estrellitas, preciosos todos.
Finalmente Galliano salió a besar, arrodillado y atiaviado con su kit completo de doma, la mano de sus modelos y bromeó diciendo que había dejado fuera su caballo. Después de ver esta espectacular colección, se lo permitimos casi todo.